"Un mundo para Julius" de Rossana Díaz Costa

 


Evitaré hacer comparaciones entre el libro y la película, puesto que es evidente que la propuesta de Díaz Costa busca deliberadamente explorar el lado dramático de la historia de Julius. Por ende, no haré hincapié en la diferencia con el tratamiento humorístico que Bryce le da a la novela. Cada obra tiene su propio norte. Más bien, quisiera detenerme en tres secuencias que forman una unidad y destacan dentro de la película. No son estrictamente consecutivas, pero siguen la misma línea narrativa.

Mayella Lloclla interpreta a Vilma, la joven empleada de la mansión que habita el infante Julius (Augusto Linares): “orejitas”. Es ella la que cuida del pequeño protagonista, también es la huella de un mundo excluido, que solo existe en el imaginario de la élite como servidumbre. A pesar de que, genuinamente, pueda sentir un cariño especial por Julius, su condición de subalterna es la que explica por qué se ocupa del niño de la casa, además de hacer las tareas domésticas. Resulta que la madre (Fiorella de Ferrari) está desconectada del cuidado de su hijo, ocupa su tiempo en reuniones de alta alcurnia y es notoria la falta de comunicación con toda su familia, por ello el rol de crianza recae sobre Vilma, porque, dentro de ese orden social, ella no tiene un status al que dedicarse. Las dinámicas de la Lima que retrata el film son propias de la cultura patriarcal y clasista.

La primera secuencia que quiero comentar inicia cuando Vilma acuesta a Julius y ve la luz que se proyecta por debajo del umbral de la puerta. La oscuridad se impone dentro de la habitación; de repente, se oyen pasos que merodean por fuera, Vilma guarda silencio, intenta escapar al peligro de afuera. Santiago (Matías Spitzer), el hijo mayor de la familia, la ha estado acosando desde antes. Julius, a pesar de su inexperiencia, parece entender lo que podría estar en juego. Eventualmente, Vilma se ve obligada a salir del refugio inocente. Todo se mantiene contenido, el montaje de la escena dejar respirar los segundos de tensión lo necesario para construir una atmósfera incómoda. La banda sonora pone de su parte al esbozar la presencia del hermano de Julius con pasos que en medio del silencio generan tensión.

La violencia no es mostrada de forma directa por Díaz Costa, similar a lo que ocurre en Viaje a Tombuctú (2013) con el novio de Ana (la protagonista) cuando lo intervienen los militares. Una decisión ya recurrente en la obra de la cineasta. La escena siguiente, más bien, redunda el punto cuando, al día siguiente, Santiago saluda de forma intimidante a Vilma y subraya el mensaje: la noche anterior ocurrió un abuso.

La segunda secuencia hace estallar la tensión que comentamos anteriormente. Nada importa en la reunión más que impresionar a los amigos de la clase alta. Los dueños de Lima, caballeros desentendidos de todo, con diálogos tan superfluos que son en buena medida inaudibles, observados por un Julius que se siente diminuto y desentendido. La cámara flota y lo sigue por el palacio acaudalado hasta que decide ir a buscar a Vilma. Llega, de pronto, a un sótano con unas escaleras roídas y en evidente olvido. La composición del encuadre sugiere un descenso moral, lo peor ocurre abajo, y los de arriba no se enteran. La fotografía refuerza con una luz intensa y asfixiante la revelación. El espacio en off es manejado con acierto, puesto que no vemos el abuso a Vilma de forma explícita. La violencia es presentada a través de la indignación que Julius proyecta, el niño del palacio acaba de ver lo miserable que es su hermano, digno representante de la aristocracia limeña.


La tercera secuencia cierra el episodio y dota de coherencia a esa sección del film. Se trata del despido de Vilma. Luego de una escena donde Juan Lucas (Nacho Fresneda), el padrastro de la casa, anuncia que va a despedirla, hay un gesto que es una movida consecuente. Todos los trabajadores y trabajadoras de la mansión exigen que haya una sanción drástica contra Santiago por haber agredido a Vilma. Una acción, narrada en plano-contraplano, posiblemente para establecer la confrontación de status y demandas sociales. Pero por más intento de nobleza que puedan tener los personajes, triunfa la impunidad. Una secuencia de montaje concluye el vínculo, vemos a Julius escribir cartas y enviarlas con la esperanza de que Vilma las reciba algún día, pero el voice over del Julius adulto (Salvador del Solar) confirma que las intenciones que vemos en pantalla son en vano. Vilma y Julius nunca se volverían a ver. Este cierre imprime con solvencia el distanciamiento frío al que se ve sometida la relación mejor cultivada de todo el film.

Más allá de las críticas que se puedan tener con otros elementos o secciones menos sólidas o de las preferencias personales de algunos espectadores con otras escenas, creo que focalizar el diálogo sobre estos tres pasajes que hemos traído a colación puede ser un buen punto de partida para abordar una discusión más amplia sobre el universo que Díaz Costa ha creado en torno a la novela de Bryce. Por lo pronto, me alegra saber que se discutirá mucho sobre el universo de Julius durante los próximos años.

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