"Viejo Calavera" de Kiro Russo

(Este texto fue publicado el 10 de diciembre del 2016)
Kiro Russo tiene talento, qué duda cabe. El inicio de Viejo Calavera es potente, engancha y atrapa con los efectos psicodélicos de la disco lumpenesca que habita nuestro protagonista: Elder Mamani.  
Russo luce dominio de la técnica visual y sonora, sobre todo en las secuencias que ocurren dentro de la mina (el homenaje al constructivismo soviético es logrado, llamativo y, también, muy evidente) Hace uso del humor descarnado para humanizar a sus personajes, quienes hablan con la soltura vulgar, característica que contrasta con la sofisticada persistencia observacional del cineasta boliviano.
Sin embargo, Viejo Calavera deja cabos sueltos, su narrativa es antojadiza, narra los hechos que le apetecen y no siempre emociona. Algunos de sus personajes están tratados todavía con un trazo grueso, la mirada del autor parece hallar regocijo en los gestos ruines y en las acciones ególatras de los marginados. Esta es solo una impresión, ya que el final de la película redime de alguna manera a Russo y lo salva de lucir como un misántropo: el avance continuo del automóvil, complementado por el reposo de Mamani y su padrino en la parte trasera del vehículo, nos comienzan a construir la sensación reflexiva sobre los desencuentros y discusiones del pasado. Todo decorado con la intensidad de la música clásica y una frazada puesta con atención sobre el pecho.
Y aquí las cosas comienzan a tomar un sentido maduro, porque Elder Mamani, que al inicio del film enfrenta el fallecimiento de su padre, muestra una gama más amplia de rasgos humanos.
Los trabajos de Kiro Russo datan del 2010, este año dio el salto al largometraje y ha sabido ganarse los aplausos de la crítica internacional. Que siga en el camino del retrato individual, de los micro-problemas del contexto rural, y que no cultive los clichés aburridos del cine aleccionador. Y algo más, que deposite más ternura en sus personajes, no solo perdición.

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