Festival de Lima 2017: "Good Time" de Benny y Joshua Safdie


En el 2007, quién habría imaginado el paradero actual de Benny y Joshua Safdie, la pareja de hermanos que tenía como estandarte el cine indie de guerrilla. Filmaban historias, o más bien esbozos de historias, de personajes errantes, inmersos en recorridos urbanos por la ciudad de Nueva York, divagando, tomando rumbos de forma antojadiza; retrataban el desvío identitario, como adolescentes que juegan a filmar sin ningún tipo de certeza, esgrimiendo la propia voluntad como eje central de la cámara. La admiración por John Cassavetes era evidente, pero también era una especie de ídolo inalcanzable. Esta etapa de los Safdie no se comparaba con la frescura estética y narrativa que significó Shadows en 1959.  

Cuando uno vuelve a We’re going to the zoo (2006) puede notar que el interés de los Safdie estaba en los instantes, en los detalles del día a día, esos gestos que ocurren sin mucho aspaviento y que buscan ser rescatados a través de un registro que limita entre lo fílmico y lo casero.

The Pleasure of being robbed (2008), su ópera prima, proponía el seguimiento a una joven que robaba sin un motivo claro, pero no era una asaltante de bancos, Eléonore Hendricks (la protagonista) estaba interesada por explorar los bordes del espacio social y de sus reglas, habitaba en los márgenes de la corrección, de ahí que el hurto fuera su técnica no solo de distracción, sino también de socialización, su manera de no estar ensimismada, de obligarse a vivir aventuras y, si era posible, fantasías (como el tierno momento con el oso polar); sin embargo, faltaba contundencia, no pasaba de se un ejercicio de interés con cierto encanto.

Daddy Longlegs (2009), también conocida como Go Get Some Rosemary, era un paso hacia adelante en su carrera como narradores, el argumento comenzaba a tener una importancia más notoria, las actuaciones manifestaban una urgencia alimentada por objetivos concretos. Los hermanos Safdie coqueteaban con el relato aristotélico, pero no había sobresaltos dramáticos, todavía. El estilo sí permanecía intacto: la cámara y la composición de encuadres eran movedizas, inexactas, apresuradas como el padre inmaduro que interpretó sólidamente Ronald Bronstein o como la espontaneidad de los niños que estaban a su cuidado (los hijos de Lee Ranaldo).

Algo de esa deriva constante queda en Good Time, pero elevado exponencialmente hacia los extremos de la ansiedad.

Robert Pattinson interpreta a Connie, un acelerado delincuente que busca dar un gran golpe criminal, utilizando a su hermano Nick (Benny Safdie), quien parece tener cierto grado de discapacidad mental, como herramienta del atraco. Las primeras secuencias son excepcionales e imponen un ritmo intempestivo, a través del montaje violento y la música electrónica de Oneohtrix Point Never a todo volumen. Se trata de un gran prólogo que aturde y sostiene la tensión, no solo mediante la inmediatez y continuidad de las acciones, sino también con las elipsis acertadas, golpes abruptos del relato, tan crudos como la realidad que enfrentan Connie y Nick.

Si antes los Safdie narraban acciones a medias, ahora nos atiborran con historias. Acción pura. Connie tiene que salvar a Nick, porque sabe que es el responsable de su miseria. Los cabos se van atando, uno tras otro, pasamos de escena a escena como en un videojuego repleto de luces de neón. La experiencia de Good Time es de shock constante, en parte, por el desenfreno que proponen los directores, pero también por la perfomance de Pattinson, cuya encarnación del egoísmo es crucial para enriquecer al personaje: Connie quiere redimirse, pero en ese intento no descubrirá la nobleza, ni la redención ética, por el contrario, verá radicalizados sus vicios y se mantendrá al borde de la destrucción. Lo formidable es que, incapaz de renunciar a su identidad delincuencial y matonesca, persiste en su meta, porque alguna pulsión moral lo invade en el fondo. Aún hay humanidad en él.    
La desesperación de Robert Pattinson recuerda un poco a la figura de Al Pacino en la magnífica Dog Day Afternoon (1975) de Sidney Lumet, un satírico film sobre otro robo que se queda trunco, Pacino desarrolla su papel sobre la frustración y conmueve por la nobleza de su fin: conseguir dinero para la operación de cambio de sexo de su novio. Tanto Dog Day Afternoon como Good Time nos ponen frente a dos fracasados, la diferencia es la aceleración de Pattinson que nos agita por tránsitos confusos y con obstáculos que surgen de manera imprevisible.

El papel que desempeña Benny Safdie puede no ser el protagónico, pero es esencial, puesto que representa al humano convertido en instrumento, un sujeto que se encuentra completamente desprotegido en medio de una sociedad oscura, miserable y convulsionada.      

La escena final es de una sensibilidad brutal y rinde cuenta del grado de conciencia que los Safdie tienen de sus propios recursos, comprenden lo que tienen en las manos: una oportunidad para conmover. No todo tiene que ser filmado con efectos de choque, Benny y Joshua recuerdan muy bien algo de esa ternura que los acompañó en sus inicios. La conclusión es austera, sin adornos, un momento reflexivo.  

Tirso Vásquez

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