Óscar 2018: Call Me By Your Name





Pienso en Teorema, en esa seducción del exterior que irrumpe la comodidad burguesa, pero la oscuridad y vocación trascendente de Pasolini se orienta hacia un lugar distinto.

Pienso en Los amores imaginarios (un film que no disfruto mucho en lo personal), en su apuesta por las atmósferas pop y la representación del cuerpo juvenil, pero los juegos ópticos, los artificios y la obsesión cromática de Dolan deslindan de inmediato con lo que tengo en frente.

Pienso, incluso, en la admiración contenida, jugada en forma de secreto, que Visconti recrea en Muerte en Venecia, pero el tono sufrido y grave no encajan con lo que acabo de ver.

¿En qué puedo pensar cuando veo Call me by your name?

Es un film sobre el desarrollo, no veremos grandes sucesos, sino esbozos de lo que podría ser. Elio (Timothee Chalamet) y Oliver (Armie Hammer) estarán en tensión desde el primer momento en que se ven. Luca Guadagnino no tiene preparadas grandes sorpresas, prefiere optar por la transparencia. El interés estará presente, ya sea por la incomodidad inicial de Elio (bien expuesta por la escena en la que Oliver sugiere que necesita un masaje) o por su progresiva curiosidad de compartir espacios con el visitante. 

El espectador acostumbrado a los giros dramáticos, se desconcertará cuando vea el ritmo calmo de este affair que se construye con paciencia. Las cosas demoran en ocurrir, a veces demasiado, y se van juntando; así, se unen los retazos de afecto: las conversaciones sobre música, las excursiones en vespa, los alardes, los desplantes que Elio le hace a Marzia (Esther Garrel). Todo narrado con mesura en un espléndido verano.  

Una vez que las cosas toman su curso, aparece la duda, los cuerpos enfrentados a esa distancia que podría resolverse de un solo golpe. El paso del tiempo no parece ser devastador, ni siquiera cuando ambos saben que las vacaciones no serán eternas. La prudencia es parte de la complicidad de los personajes.

La sexualidad es tratada como fuerza invisible, la cámara evita los momentos carnales, opta más bien por la contemplación de los ambientes e invita a completar la información al espectador.

El mejor momento, sin embargo, no involucra a Elio y Oliver; se da en el monólogo del padre de nuestro joven protagonista, cuando se da por terminada la estación veraniega y las confesiones abren paso a nuevos tiempos.

La secuencia final, ya en invierno, levanta la calidad de esta película al confrontarnos con la perdida. La nostalgia de Elio es sincera. Tan genuina como la vergüenza que siente al ser descubierto disfrutando su sexo en soledad.

Un buen film de Guadagnino.


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