Lo admirable de A Quiet Place es que enfrenta a sus protagonistas a la amenaza del fuera de campo, lo que permanece al acecho y que mantiene nuestra atención al borde. Estamos a la espera de que la forma del peligro se manifieste, pero no por mucho tiempo, porque Krasinski adelanta bien la presencia del terror.
A diferencia de 10
Cloverfield Lane de J. J. Abrahams, que ocultaba la causa del miedo hasta
los últimos 15 minutos del film y cuya conclusión era fallida, A Quiet Place esconde visualmente de
modo intuitivo, permitiendo que las escenas de conexión emocional se
desarrollen entre los protagonistas. La manifestación de la culpa es un
elemento importante para el desarrollo de Regan Abbott (la hija de la familia,
interpretada por la pequeña Millicent Simmonds).
Sin embargo, estos esbozos de
identidad no son resaltados a toda hora, dado que son arquetipos que sufren,
huyen y se horrorizan. Ni siquiera el padre interpretado por John Krasinski es
un héroe absoluto, sus cualidades son limitadas y aunque su calidez es valiosa,
el relato asume su debilidad frente a los monstruos que lo acechan.
John Krasinski se desplaza dentro
del género con frescura, dado que activa el terreno de las acciones diminutas,
las cuales forman una atmósfera conjunta, cada dedo que se mueve, cada pisada o
mirada aporta tensión a la trama, sobre todo porque se envuelve con el
silencio.
Es más, hay una escena en la que
se deja sentir la fuerza del ruido mediante su ausencia. Se trata de una de las
emboscadas de las que es víctima la familia Abbott. El ritmo interno de la toma
es simplemente sublime en contraposición al silencio que reina alrededor de la
imagen.
Emily Blunt está excelente como luchadora
perturbada, cuya desesperación es asumida con perspicacia. Los nervios de Blunt
están controlados por una pauta silente: el arma principal de supervivencia;
sin embargo, el hecho de que no hable se ve potenciado por la banda sonora que
manifiesta su lado más interesante cuando decora con ligeras texturas la
atmósfera rural y desolada de esta historia. La represión del habla le sirve a
la familia como punto en común con la hija Regan Abbott, cuyo mutismo real impone
un código de comunicación.
Sobre el cierre del film no hay
mucho qué decir, pero sí podemos recalcar que la
narración concluye con inteligencia. Solo le basta el trazo de lo que podría
ocurrir, en lugar de completar acciones jaladas de los pelos y correspondientes
a otro código cinematográfico. Definitivamente, una buena opción para ver en el
cine.
Es lo más hermoso que he leído en mucho tiempo.
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