Mr. Robot y Stranger Things


(Este texto fue publicado el 11 de enero del 2017)

En definitiva, me gusta escribir sobre cine, pero lo cierto es que a lo largo de mi corta vida he disfrutado con mucha pasión algunos relatos televisivos, aquellos que apuntan a algo más que el mero entretenimiento: The Sopranos, Breaking Bad y True Detective son las series con las que más me he enganchado, pero no escribo esto para contar mi vínculo con estos universos creativos. 
Escribo para traer a colación dos series televisivas que descubrí el 2016 y que me reanimaron a ver series: Mr. Robot y Stranger Things.
Stranger Things 
Los hermanos Duffer se encargaron de realizar un revival que ha causado furor por doquier. La simpatía que Stranger Things generó claramente estuvo en un primer momento ligada a las referencias de la cultura pop ochentera que sacaba a relucir no solo en su dirección de arte y fotografía, sino a nivel temático. Historias sobre lo insólito en lugares normales, donde no tendría por qué ocurrir nada, el espacio donde chicos y grandes están a salvo: el sueño de Craven y de Carpenter, o de Tobe Hooper, pero también de Spielberg, porque la tranquilidad puede ser perturbada con diversas energías, no solo las que son oscuras. Una vez que los Estados Unidos de Reagan se haya instalado con tranquilidad (recordemos que la serie ocurre en 1983) llega el momento perfecto para que lo desconocido se imponga en la urbe, la pesadilla, el martirio y lo sobrenatural que desbaratan las esperanzas del Sueño Americano.
También está el concepto del compañerismo, donde el elenco infantil juega un rol esencial en la construcción del vínculo inquebrantable, este lazo no solo será entre ellos mismos; también, con la audiencia. La presencia de Millie Bobby Brown (Eleven) puede ser vista como la irrupción que estimula el peregrinaje fantástico de Mike, Lucas y Dustin. El recurso podría volverse débil si no estuviera acompañado de otras líneas argumentales, como las de Jim Hooper, el sheriff del pueblo, o las de Jonathan Byers y Nancy Wheeler, así como la de Joyce Byers, interpretada por una estupenda Winona Ryder.
Entre las cuatro historias encuentran su equilibrio ya que apuntan al mismo destino y qué bien que así sea, porque la propuesta fácilmente podría verse truncada. La figura de los camaradas trabajando juntos es esencial en Stranger Things (guiño directo al Stephen King de Stand by me).
Pero no son los guiños o la capacidad intertextual lo que dotan de intensidad a la serie de los hermanos Duffer. Si hay algo que la hace funcionar es la convicción narrativa de los cuatro primeros episodios, donde las sorpresas se van presentando con el ingenio simple del relato aristotélico. La comunidad une fuerzas, pero no se trata de aventureros unidimensionales. Se toman el tiempo de experimentar sus propios temores y contradicciones para conformar lo que Robert McKee llamó “protagonista plural”, donde los personajes comparten un deseo y se ven afectados como una especie de organismo, en el cual el sufrimiento o éxito de uno tendrá relevancia y efecto directo en los demás, dado que persiguen el mismo objetivo (McKee, 2002: 103), resolver el misterio sobrenatural en este caso, pero no pierden de vista sus metas individuales. Una estrategia que, como bien señalamos, calza de modo notable en la primera mitad de la serie. El desenlace posterior resuelve dentro de los códigos y fórmulas del género, nada muy nuevo, pero no tiene por qué ir más allá. Sin ser una genialidad, la serie es efectiva, salvando un par de incoherencias narrativas, por lo más tradicional que tiene: el arte de contar historias.
El balance para esta serie original de Netflix es altamente positivo por el culto que ha generado, su inserción en el canon es casi indiscutible. De ahí en más esperemos que el programa se dedique a cultivar con dedicación ese arte, tan inexplicablemente despreciado por algunos, de la narración clásica.
Si debo quedarme con un momento es el final del episodio tres (Alerta de spoiler): los policías cerca del lago, los niños expectantes con sus bicicletas observando de lejos lo que más temen, Joyce Byers sale corriendo por el bosque y es encontrada por Jonathan, se abrazan, sufren juntos, todo esto mientras se impone la versión de “Heroes” de Peter Gabriel y sus violines gloriosos. Momento de oro.

Mr. Robot

El camino de Mr. Robot comenzó en la cumbre del foco televisivo. Bastó una temporada para que se hicieran con el premio máximo de los Golden Globes 2016 y que todo pintara cuesta arriba para Rami Malek y Christian Slater por sus desempeños actorales. Sin embargo, su segunda temporada parece haber generado menos interés que la primera, cuya real gran audacia fue, hay que reconocerlo, el primer episodio (eps1.0_hellofriend.mov), un espléndido piloto.
Fue lamentable que las únicas nominaciones para la segunda temporada hayan sido para Slater y Malek, como actor de reparto y principal, respectivamente, y que se haya ignorado a la serie en su conjunto como mejor obra dramática; además de haber quedado fuera del mapa las grandes interpretaciones de Carly Chaikin (Darlene), Portia Doubleday (Angela) y la gran revelación Grace Gummer, hija de Meryl Streep, como la agente del FBI ‘Dom’.
Dejando el glamour de lado, nos encontramos con la fuerza de la segunda temporada de Mr. Robot: mantener oculto lo que mueve la narrativa. La hecatombe del capitalismo parece posible y plantea muchas interrogantes, ¿estamos ante el fin de los tiempos?, ¿podrá establecerse una nueva ética?, ¿qué es la fase 2?, pero la más concreta e interesante es “¿dónde está Tyrell?”.
La paranoia de Elliot por no encontrar estas respuestas y no poder establecer control de sí mismo conoce nuevos límites y lo llevan a tomar soluciones radicales, es aquí donde surge una variación diferencial con el tratamiento de la primera temporada que mantuvo un muy buen nivel. La distinción es que son los personajes femeninos las que toman un protagonismo activo y acompañan este momento de dispersión de Elliot, quien sigue siendo el protagonista, pero esta vez potenciado por sub-tramas que nutren la tensión narrativa. 
El accionar de Darlene resulta mucho más confrontacional que en la primera temporada, pero con la novedad de que entendemos mejor a su personaje, se muestran más razones por las que actúa de modo intempestivo. Angela se convierte en un sujeto que deambula por los marcos de la normativa y lo contra-hegemónico con facultades camaleónicas y, lo mejor de todo, experimentando culpa. Mientras tanto Dom aporta la cuota de suspense con su agudeza, siempre mirando con atención y eterna sospecha el movimiento de todos: E Corp, Dark Army y F_Society por igual bajo la mira, aunque disparar contra alguno, al parecer, no será una buena idea por su bienestar.
Esto a nivel argumental, pero también es el lenguaje técnico el que ha vuelto exquisita esta trama post-apocalíptica en tiempo presente. El montaje se ve afectado al nivel más duro por el uso del glitch, que literalmente es hackear la imagen digital. Esta irrupción degenera no solo lo que vemos, sino también la atmósfera del relato y lo mejor de todo es que es empleado con moderación y sutileza. No se pixelea la imagen constantemente, son pequeñas intervenciones que descompensan a nivel visual para desmontar la realidad de Mr. Robot: se trata de un proceso de degeneración.
Y esta decadencia tiene su mejor ejemplo con la ya tan comentada composición que suele romper la regla de tercios, ubicando a los personajes en los límites del encuadre, y dejando un amplio espacio en el resto del plano que da la sensación de estar arrinconando al cuerpo. Esta peculiaridad formal no es un capricho, sino que puede funcionar a nivel simbólico como expresión de inequidad política y el desbalance que experimentan los personajes. Al final, se trata de estar atrapados dentro del sistema.
Sam Esmail, el showrunner de la serie, siempre ha expresado en entrevistas su respeto e interés por la cultura hacker. Los entiende como agentes de liberación inmersos en la estructura misma que los condiciona. Sin embargo, este “liberarse” parece significar la asumpción del mismo control que se ejerce, como resolvió Zizek en sus escritos sobre biopolítica, “la libertad duele” porque es el proceso con el cual notamos que somos prisioneros, no significa el fin de nuestro aprisionamiento. Esto parece alinearse con el eslogan principal de Mr. Robot: “el control es una ilusión”.
Como en Stranger Things, el uso de la música está muy bien escogido para generar el gancho, quizás demasiado. A la dimensión referencial, carta de presentación de los hermanos Duffer, Mr. Robot le agrega eclecticismo y la infiltración de texturas sonoras rugosas que acompañan el glitch visual.
Ojalá que los Emmys del 2017 le hagan justicia al equipo de Mr. Robot.
Mi momento favorito de la segunda temporada: el episodio 6 completo (eps2.4_m4ster-s1ave.aes), no diré nada más, simplemente uno tiene que llegar aquí para entender de qué hablo. Es sublime y es otro gran ejercicio intertextual con la década de los años ochenta, que parece ser una obsesión compartida con Stranger Things, claro que cada serie a su estilo, como debe ser.
Tirso Vásquez - Cinéfilo de Pueblo Libre

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