Semana del Cine 2017: “Wiñaypacha” de Óscar Catacora


Willka y Phaxsi son dos ancianos aimaras que habitan en los Andes peruanos, nunca se especifica la zona en particular; ambos subsisten por la agricultura y la crianza de ganado. También comentan seguido sobre su hijo Antuku, quien dejó de vivir con ellos hace mucho tiempo.  

Wiñaypacha de Óscar Catacora nos aproxima a escenarios de supervivencia y lucha humana, donde existe la necesidad de contemplar con paciencia el acontecimiento de los días.

Hay un interés por la representación naturalista, no solo a nivel actoral (el cual es muy logrado), también se rinde cuenta del tratamiento natural en la austeridad con la que se relatan las tragedias. Cada episodio transcurre sin artificios o trucos que busquen adornar este cuento sobre el fin de la vida.

Catacora concentra la claridad de los encuadres del filipino Lav Díaz (Evolution of a Filipino Family, Norte, the end of history), uno de los naturalistas contemporáneos más interesantes; ambos buscan la sensación de realismo, a través de planos de conjunto que intensifican la quietud y extienden su duración sin miedo. Es el cine moderno que habla, pero que no olvida su relación con el cine clásico; tan solo pensemos en los silencios, presentes en Catacora y Díaz, del maestro Yasujirō Ozu: el crítico Emilio Bustamante ya había apuntado la semejanza de Wiñaypacha con Tokyo Stories (1953), otro retrato sobre la vejez.

Volviendo a la impronta moderna en los films de Catacora y Díaz, hay que hacer las distinciones de cada caso. Mientras el filipino apuesta por la totalidad narrativa y maximalista, Catacora despliega gestos de un micro-universo, de acciones que se sienten minúsculas frente a la enorme presencia de los Andes en cada fotograma. Los retazos de vida en Wiñaypacha son apenas destellos de algo más grande, que trasciende. La muerte está rondando siempre y las catástrofes intentan ser explicadas por los cálidos Willka y Phaxsi desde su propia visión del mundo. La vejez registrada rinde cuenta del paso del tiempo, que si bien, aletargado, resulta incesante e imparable.

Está también como un elemento simbólico, los diálogos en los que se alude a Atunku, el hijo ausente. Objetos como la chompa (uno intuye que perteneció al hijo) construyen el sentido de esa partida. Phaxsi le comenta a Willka que recuerda que Atunku tenía vergüenza de hablar aimara, Willka le recuerda en otro momento que la gran ciudad les ha arrebatado a su hijo. Queda plasmada en las conversaciones la sensación de alejamiento y soledad que rodea a los protagonistas.

La tragedia toma distancia de los tratamientos miserables, puesto que su lenguaje busca la contemplación de los desastres y oculta con inteligencia algunos gestos de sufrimiento. El dolor se escucha, pero no se vende como imagen exótica. Esto último es muy importante, puesto que los encuadres priorizan los desplazamientos, los ritos, las acciones cotidianas y abren su alcance cuando se trata de mostrar un acontecimiento fatal. No hay primero planos de tristeza efectista.  

La banda sonora configura la hostilidad que enfrenta la pareja, en cada secuencia aporta la aspereza que la situación demanda. Son dignos de atención particular, el sonido del fuego, las largas caminatas sobre las piedras, la canción que interpreta Willka y los llantos sentidos que se desprenden de esa humanidad tan lacerada.  


Uno de los momentos más notables es la búsqueda en mitad de la noche: filmada con belleza, resulta angustiante y de una fortaleza única. Phaxsi se niega a permitir que su compañero caiga. 

Tirso Vásquez / Copyleft 2017 


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