Óscar 2018: The Shape of Water



José Carlos Huayhuaca describió a Steven Spielberg y George Lucas como “dos chicos brillantes de catorce años”, capaces de crear universos gigantescos y con una imaginación desbordante. Los hechos son la prueba contundente, ya sea en Star Wars o en los sorprendentes films de aventura de Spielberg, siempre la impresión juvenil, esa admiración por lo maravilloso, se convierte en el sostén del argumento.

Algo similar se puede decir sobre Guillermo del Toro, un amante de la fantasía, un ser capaz de conmoverse con extrañas criaturas y batallas de robots, siempre entre lo sombrío y lo luminoso. Que no quepa duda de su pasión por imaginar y tejer sueños imposibles. Guste o no, eso hay que reconocérselo.

The Shape of Water plantea la creación de vínculos entre dos seres que, a primera vista, no tienen vinculación alguna. Elisa Esposito (Sally Hawkins), trabajadora de limpieza de una base científica secreta del gobierno estadounidense en plena guerra fría, entra en contacto con una criatura (Doug Jones) que mantienen encerrada como sujeto de pruebas. Ambos se sentirán reconocidos el uno con el otro, comunicándose por señas, lenguaje que Elisa domina ya que es muda.

Pero vayamos por partes.

Los primeros acercamientos al día a día de Elisa son agradables, del Toro monta un escenario repleto de detalles, a través de un montaje suelto. Vemos que nuestra protagonista es encantadora y rápidamente notamos que tiene un lado coqueto, sexualizado, pero restringido a gestos minúsculos, como la toma de 2 segundos en la que aparece desenfocada en la tina y mediante el sonido se sugiere su masturbación.
Las escenas románticas son de una creatividad innegable, aunque cada una sea más gratuita que la anterior. La primera, la que ocurre en la ducha y que sugiere el acto sexual con un simple corte es la mejor. Más virtuosa e imaginativa, pero también más artificial, es la inundación de todo el cuarto de baño, cuyo fin es crear ese espacio de gravedad cero, para que los amantes floten con gracia.

El problema son los matices. Richard Strickland (Michael Shannon) es extremadamente cruel con la criatura del laboratorio, vive dentro en los suburbios del sueño americano con una esposa sumisa y reacciona con violencia cada vez que puede, pero apenas y entendemos sus motivaciones para comportarse de ese modo, no hay demasiado aliento para sentir empatía por él. ¿Y si alguien dijera que eso es una crítica a las políticas norteamericanas de la década del sesenta, que es capaz de producir funcionarios como el oficial Strickland? La verdad no se percibe, ni se sugiere esa idea.

“Del Toro es otro chico brillante de catorce años” podría decir alguien, por ende su visión del mundo no tendría por qué tener tantos matices, porque en el mundo del juego, donde los chicos y chicas se divierten, los roles no siempre tienen tantas sutilezas: los malos son malos y los buenos son buenos. Sin embargo, esa explicación no resulta satisfactoria. Tomemos como ejemplo Indiana Jones y la última cruzada (1989): un film en el que Spielberg retrató un lazo filial entre los personajes de Sean Connery y Harrison Ford, era esa relación entre el padre y el hijo lo que nutría una trama llena de persecuciones, balas y nazis siendo golpeados en el desierto. “Los chicos de catorce” también pueden tener una mirada compleja del mundo.

En The Shape of Water demasiada candidez juega en contra.

Hay que recalcar que el vínculo más interesante, en mi opinión, no surge del romance mudo entre la criatura y Elisa. Más conmovedor me parece el compañerismo que surge en las escenas que Sally Hawkins comparte con Giles (Richard Jenkins), como cuando bailan al ritmo del musical televisado o cuando ella le pide ayuda para realizar su plan (el cual no revelaremos aquí). Pienso, incluso, que Giles es el personaje más conmovedor de la película, con todas sus dudas e inseguridades (vinculadas a todos los aspectos de su identidad), resulta cálido su aporte a la trama y tiene una vida compleja más allá de la historia central. Esto lo podemos observar en la escena que tiene en la cafetería con el dueño del local, luego de que observa la discriminación que este último ejerce sobre unos clientes negros. Jenkins es contención pura.

El film de Guillermo del Toro termina siendo más irregular de lo que uno desea, no es necesariamente el mejor candidato para llevarse la estatuilla a Mejor Dirección el 4 de marzo, pero es uno de los que mayores chances tiene para obtener el galardón, algo que me apenaría dado el talento de lxs otrxs cuatro directorxs.   

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