(Desde Ciudad de México)
La apuesta del filipino Lav Díaz es de carácter dual.
La apuesta del filipino Lav Díaz es de carácter dual.
Por un lado, recurre al retrato
de las acciones más pequeñas, aquellos instantes minúsculos que segundo a
segundo incorporan toda una red simbólica. La economía narrativa de Hitchcock
es puesta de cabeza, incluso si pensamos en Norte,
the End of History (2013), una de sus películas más accesibles; el nivel de
detalle del relato ahonda en aquello que, en teoría, no hace avanzar la trama. Es
una preocupación vinculada “la novela total”. Aquel proyecto colosal,
normalmente asociado a la extensión de cientos de páginas, pero también
caracterizado por la precisión descriptiva de realidades monumentales y todos
sus pormenores. Ahí están Proust o García Márquez para dar fe de ello.
Sin embargo, la radicalidad
moderna de Lav Díaz, manifestada en su lenguaje observacional, parece alejarse de
la impronta recargada de aquellos escritores. Pero recordemos que la literatura
trabaja con palabras y el cine con imágenes y sonido. Por ende, al hablar de
una narrativa literaria barroca podremos percibirla fácilmente por la propuesta
excesiva a través de las palabras que parecen atiborrar nuestros sentidos; mientras
que el cine no necesita llenar su banda sonora de diálogos o sus encuadres de
grandes acontecimientos para establecer un afán novelístico. La decodificación de
un film de Díaz pasa por la atención que demandan los planos de larga duración.
Mientras más dure el plano más se recarga la propuesta, más contemplación exigen
los detalles.
El otro lado de su cine está
obsesionado con el diseño estructural del relato. Algo que en The Season of the devil (2018) se aprecia al
ser un relato coral. Nos encontramos con personajes que son presentados,
desaparecen y regresan. No es la historia de un personaje, sino la de un
universo que alberga muchas vidas. En este film, se relata el sufrimiento de
todos los filipinos víctimas de la ley marcial (iniciada en los ochenta por
Ferdinand Marcos y reactiva por el presidente Rodrigo Duterte, electo en 2016).
Las perspectivas que completan la totalidad narrativa son las de una pareja que
se separa (un poeta y una enfermera), un sabio que habita el pueblo de Ginta y
una viuda a quien llama “búho” (cuyos hijo y esposo fueron asesinados por el
ejército). Todo el relato articulado como un musical, pero no de los que son
edificantes y alegres. Este es un musical sobre la tortura, el martirio y los
confines del infierno.
En The Season of the Devil el simbolismo está en el límite de lo
discursivo, se pone en ese peligroso borde, pero sabe cómo evitar caer en el
abismo. Primero, se sacude en algunos momentos de la solemnidad, como cuando el
sabio confronta a la sádica jefa de los militares y en medio de ese himno
demoníaco que entonan (La, La, La, La, Lahhhh…)
uno de los soldados coge una fruta de la mesa.
Asimismo, Díaz (compositor de
todas las canciones) pone a cantar en momentos de intimidad a los personajes,
destaca la escena en la que la enfermera canta frágilmente mientras escribe una
carta. ¿Qué otro gesto fuera de la didáctica tiene la película? Miremos la
escena de “la violación”, que no es en absoluto gráfica y está filmada como
solo un poeta podría haberlo hecho.
La imagen en blanco y negro de
alto contraste puede verse como un registro de la angustia y el horror, donde la
forma más humana de la justicia se encuentra completamente relegada. La luz
está invadida por la oscuridad, cuya presencia en muchos momentos termina
ganando. Además, las canciones a capella y carentes de acompañamientos (salvo por
las densas atmósferas de la selva) compone un mood trágico, donde los artificios no están para salvarnos del
horror.
El cierre en seco de la historia,
o de las historias, es un decisión de riesgo, seguramente amparada en la
urgencia expresiva. Se respeta, pero también se discute. Puede que no todo
espectador considere a esta película superior a Norte, the End of History o The
Woman Who Left (2016), pero aun así se trata de una obra notable y sensible.
La canción que acompaña los créditos debe ser una de las formas más sublimes de
hablar de la violencia.
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