"El viaje de Chihiro" de Hayao Miyazaki / 17º aniversario

(Este texto fue publicado originalmente el 5 de setiembre del 2017 en el portal web Vía Expresa con motivo del reestreno de esta cinta en las salas de Cinemark Lima. La siguiente es una versión, con pequeñas correcciones, a propósito del aniversario número 17, edad a puertas de la adultez, del film de Miyazaki)

El dibujo como espacio de realidad

El mundo de la animación puede sentirse tan cercano y real como el mundo tangible. Hollywood ha sabido hacer grandes películas usando esta técnica. Ahí están Toy Story, Monster INC, Inside Out o la brillante Ratatouille para demostrarlo. Sin embargo, en Japón la animación encuentra propuestas menos conciliadoras, que abren incógnitas y plantean un terreno para que lo imprevisible nos cautive.
Estamos hablando del cine de Hayao Miyazaki, director que, luego de lograr la perfección con Princesa Mononoke (1997), alcanzó la popularidad mundial cuando El Viaje de Chihiro obtuvo el Óscar a mejor película animada en el 2002, ese mismo año también se consagró con el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín (compartiendo el premio con Paul Greengrass).  Ahora, ¿por qué resulta tan especial este último logro? Si bien el premio de la Academia es lo que catapultó masivamente a Miyazaki en occidente, es el reconocimiento de la Berlinale lo que deja una lección: las ilustraciones animadas podían ser tan reales como las películas con actores de carne y hueso. El anime se había impuesto sobre autores como Ozon, Costa-Gavras, Kim Ki duk y Wes Anderson. Esta fue la gran vitalidad de Chihiro, que incluso es idolatrado por los estudios Pixar.

Síntesis de dos poéticas

Miyazaki es la colisión de la épica majestuosa de Akira Kurosawa con la inteligencia pasiva de Ozu. Los movimientos de cámara son apasionantes en secuencias como la persecución que sufre Haku por los shikigamis de papel. El maestro japonés apela al montaje por contraste, es decir, contrapone imágenes de ritmo calmo con acciones de una potencia acelerada. La perspectiva juega un rol dramático, ya que llegado cierto punto nos metemos en la piel del personaje en una toma subjetiva que nos acerca en vertical hacia Chihiro. La violencia con la que arremeten los espíritus de papel es tan intensa como las flechas que recibe Washizu (el Macbeth japonés) en Trono de Sangre de Kurosawa.
Pero también pensemos en la quietud, en la contemplación del gran Yasujiro Ozu. Hay un diálogo peculiar que puede establecerse con Miyazaki. En “Tokyo Stories” (1953) puede verse una reflexión sobre el paso del tiempo y un adentramiento en los vínculos de la intimidad familiar, frente a eso Chihiro continúa un legado. Son los paisajes de fantasía, los puestos de comida del balneario en completo silencio, la ternura de un dragón herido en medio de la noche, elementos que componen un cine que incorpora la meditación, en el sentido más budista del término, a su propia narrativa.

Crecer y desprenderse

La tradición japonesa del Zen propone una vida sin proyecciones, en la que el ser humano adquiera conciencia de que debe dejar de depender de otros, optar por un camino limpio. Algo de esa sensación evoca, El Viaje de Chihiro. Estamos ante una trama de madurez, donde la protagonista se ve obligada por las circunstancias a tomar sus propias decisiones, a entrenar su voz, adquirir destrezas, pero sin perder la pureza ni la cálida inocencia, que es la sustancia que la caracteriza.
El espíritu de aventura está presente, se abre paso sobre la sensación de soledad y ausencia de un otro al cual acudir. Chihiro es un personaje fuerte justamente por esto. Cultiva su voluntad de a pocos, se equivoca, llora, teme y, lo más importante, aprende. Es la búsqueda por el desprendimiento. “La conquista de la autonomía”, en palabras del crítico argentino Roger Koza, quien recuerda el humanismo de corte marxista de Miyazaki. Esa independencia que se ve obligada a buscar, en lugar de quedarse inactiva. El espléndido personaje infantil de Miyazaki asume un rol histórico y va en busca de su liberación, finalmente recordemos que está tratando literalmente de recuperar su nombre: su identidad.
Los amigos, la familia y hasta los extraños son puntos de apoyo para Chihiro, referencias para no perder el sendero, acompañantes que confirman la virtud de no aferrarse y de valorar la existencia del otro en su total magnitud. La compañía es sinónimo de amor en Miyazaki.

La estética subvertida

Tanto lo monstruoso, lo oculto o lo que perturba a primera vista, son convertidos en trazos llamativos, que destacan por su complejidad en esta cinta. Albergan oscuridad y rigidez, pero algunos de esos personajes son capaces de evocar ternura, como los demonios del bosque en La Princesa Mononoke, el cerdo de Porco Rosso, los Ohmus de Nausicaä o la superestructura de estética mecánica en el Castillo Ambulante.
En “El viaje de Chihiro” incluso los “villanos” son dignos de contemplación, la hermana gemela de Yubaba, fuera de su grotesca imagen, encierra los gestos minuciosos de una dulce abuela; lo mismo aplica para el Sin-Rostro, un ser enigmático, malicioso y confundido. Estamos frente a un universo donde no hay espacio para lecturas esquemáticas, los personajes son un conjunto de emociones dinámico, en constante cambio.
No podría haber mejor recomendación para conformar la alegre nostalgia que evoca el universo del prolífico creador de Ghibli.  

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