"La revolución y la tierra" de Gonzalo Benavente


Una escena destaca en “La Revolución y la tierra” de Gonzalo Benavente: la pregunta directa a Morales Bermúdez (hoy en día condenado por la justicia italiana por su participación en la operación Cóndor) sobre el desmantelamiento del SINAMOS y la desaparición de todos los archivos fílmicos que se habían ido recopilando durante la dictadura militar de Velasco. “No tengo conocimiento” responde el ex presidente, Benavente le re pregunta si no recuerda los documentales o las películas sobre el campesinado, el militar retirado insiste en que no sabe nada. El momento deleita por la evasión y el cinismo calmo que rezuma Morales Bermúdez, ahí está impuesto en su gesto desentendido el origen de un discurso: el olvido.

Y es que "La revolución y la tierra" es un documental que tiene como hilo transversal lo que implica no olvidar o, en concreto, recordar a duras penas los retazos de algo que ya no existe.

La ley de reforma agraria no está fuera del imaginario cultural, eso está presente tanto para los que la aborrecen como para quienes la ensalzan. Se recuerda poco sus diversos efectos. La idea del documental es darle visibilidad a lo que nos trajo como nación, preguntarnos qué contexto encontró, quiénes se vieron afectados, qué consecuencias podemos rastrear y cuál es la mirada que se ha venido construyendo sobre la revolución del agro.

“La revolución y la tierra” acierta al establecer una línea narrativa sobre cómo el cine peruano retrató la reforma agraria y ahí es donde colisionan diversos modos de representar la realidad. Benavente convierte en fortaleza lo que pudo ser su mayor debilidad: el escaso material de archivo de la época que documenta. Las secuencias que tratan el tema de la representación de los campesinos y los gamonales en el cine (narradas de forma estupenda por Ricardo Bedoya), van más allá de la pura ilustración; están ahí para rendir cuenta de diversos tratamientos estéticos, desde el cine militante de la escuela del Cusco hasta el formalismo extremo de Robles Godoy. Hay una reflexión sobre cómo las poéticas pueden ser consumidas atemporalmente y cómo las posturas e incluso los modos de producción del cine pueden traer nuevos significados y connotaciones que susciten debates. Por eso el gesto de Morales Bermúdez es un momento a destacar. ¿Si la conciencia fílmica no se preserva, la conciencia humana puede hacerlo?

Un problema quizás está en la saturación del relato, hacia el último tercio del film las posiciones se comienzan a aglutinar, el mensaje se apura y pareciera que asistimos a un desfile de opiniones. Posturas (en su mayoría a favor) que pueden fatigar por la velocidad con la que cada apunte informativo es realizado. Sin que este sea completamente un documental expositivo clásico, hay un riesgo en la forma de trabajar de Benavente: intenta ofrecer mucha información,  al parecer toda la posible y ahí es cuando se termina haciendo evidente la información que falta. Vemos recuentos históricos que con trazo grueso hacen avanzar la película, se hace hincapié sin ahondar demasiado en ciertas personalidades como las de Hugo Blanco, Béjar, Heraud, Chambi, figuras sobre las que se aclara de manera funcional el Perú que iba a encontrar Velasco en el 68. Sin embargo, algunas otras entrevistas están impregnadas por el academicismo más agrio, el de la frase eslogan y el comentario explicativo (desde las intervenciones de Nelson Manrique hasta las de Jaime de Althaus). Momentos que restan solidez al trabajo testimonial.

Gonzalo Benavente[1] y Grecia Barbieri (coguionistas) han estructurado de manera adecuada buena parte del documental, pero son los momentos que se salen del molde de la entrevista “correcta” los que impactan más, como el registro de la voz de un agricultor que trabaja en el atardecer o el polémico orgullo de unos de los ex trabajadores de la Hacienda Huando: “muy bonitas esas épocas” dice a la cámara. Esto contrasta con la voz del líder sindical Zósimo Torres: “Ese era Velasco”, dice mientras intenta no quebrarse al recordar el momento en el que su presidente le dio la mano. Puede (y debe) discutirse si se está idealizando la figura de Juan Velasco Alvarado, pero también toca reconocer la sinceridad de esos instantes que se entregan al registro. Porque el gobierno revolucionario de las fuerzas armadas marca sensibilidades y detona con fuerza cualquier humanidad. Después de todo, ese era Velasco.

Tirso Vásquez - Copyleft 2019

[Imagen de portada: "Muerte de un magnate" (1981) de Francisco Lombardi]


[1] Quien ha ido encontrando en el terreno del documental la solvencia que le faltaba a su fallida ópera prima Rocanrol 68’.

Comentarios