"Retablo" de Álvaro Delgado-Aparicio

Retablo es una película que revisita uno de los prejuicios más comunes en la sociedad: el odio hacia el homosexual. Hago hincapié en la parte masculina de dicha orientación, porque el mundo creado en la pantalla por Delgado-Aparicio es un lugar que desprecia a los hombres que no desempeñan los roles de una masculinidad tradicional. En parte, es un film sobre un tipo de homosexualidad y la retrógrada condena social que esta recibe.

También es una obra sobre la decepción. El hijo se siente conflictuado por ver cómo su padre “traiciona” el legado que fueron forjando juntos. El personaje desea heredar el oficio de retablista, pero rechaza la identidad de su progenitor. Esa encrucijada se desarrolla en un entorno rural, una tierra a la antigua, de machos duros y emociones silentes.

 Las primeras secuencias de Retablo son las que fluyen mejor. La ternura de la primera imagen avisa un vínculo de aprendizaje y compone (formal y simbólicamente) la acción de mirar. Un plano general, muestra cómo posa una familia, luego vemos que Noé (Amiel Cayo) está tapándole los ojos a Segundo (Junior Béjar Roca), para que le diga de memoria cómo luce cada uno de los presentes. Una paternidad que inculca la capacidad de recordar imágenes.

Esa memoria visual es la que luego va a pasar a ser capturada en los Retablos que padre e hijo construyen juntos. El acto de mirar importa, porque en este mundo observar algo, es recordarlo. Por ello, cuando Segundo descubre la homosexualidad de su padre, el impacto inhabilita al personaje. Para Segundo la sexualidad de su padre está bloqueada, el espacio en off refuerza esta idea en las escenas en las que Anatolia (Magaly Solier) y Noé tienen intimidad, quizás por ello estos momentos son filmados con un encuadre en el que solo vemos a Segundo y solo oímos lo que sucede. El hijo ya no puede figurar a su padre en actividad sexual, exceptuando el episodio que ve en la camioneta, la única imagen sexuada de su padre que mira y recuerda es la de un acto que rechaza.

Esta situación se agrava con las muestras subrayadas de machismo que hay en el pueblo. Las tradiciones culturales, el habla cotidiana y la violencia se imponen en largos planos secuencia, como obligando a nuestro protagonista a acostumbrarse a las imágenes de lo que su comunidad considera el modelo a seguir. Ese desencuentro con los moldes de lo masculino empalma con un elemento crucial y bastante comentado: la composició de los encuadres como si fueran Retablos. El espacio contiene a Segundo, pero él no puede habitarlo en paz. El Retablo que construye hacia el final es un gesto que materializa la aceptación: finalmente el padre puede ser reivindicado como una identidad válida para Segundo, quien renuncia a encarnar la masculinidad virulenta.

El problema es que todo parece estar demasiado racionalizado, se expone una idea rígida, como si la simetría de los retablos afectara a la narrativa. El film tiende a hacer explícitas las justificaciones de cada personaje. Me explico, tenemos que pensar que Segundo puede desprenderse de Anatolia y quedarse con Noé, ¿por qué? ¿Quizás porque antes lo vimos negarse a ser “un hombre más” cuando visita la casa de Felicita en la noche? Más que una causalidad narrativa clásica, se siente como escenas calculadas, las justificaciones están ahí, pero están tan subrayadas que le quitan organicidad y complejidad a la historia y sus protagonistas. Retablo parece transitar por un camino ilustrativo, donde se demuestra y se expone una tesis.   

Aunque no hay que olvidar que tampoco todo es tan coherente como parece. Para el film, Segundo es capaz de hacerle frente a ese mar de masculinidad tóxica que vive a diario. ¿Y cómo así el personaje puede cuestionar todo ese orden? Una respuesta poco satisfactoria sería que simplemente se hartó de ello cuando vio a su amigo recibir una paliza: una excusa para el cambio predeterminado, quizás un buen deseo.

Este tipo de problemas me llevan a pensar que Delgado-Aparicio desconoce las posibles movidas del universo que ha creado, como si no pudiese jugar su propio juego con solvencia. Nada tiene que ver aquí el origen del cineasta, ya que importa poco si quiso “mostrar la realidad”, lo que interesa es que nos cuente la realidad que él desea de la mejor manera, algo para lo cual parece tener dificultades.

La corrección de Retablo se siente impostada, aunque tenga el noble fin de construir un mensaje crítico sobre un tema urgente. Celebramos que cada día se señale la repulsiva y cavernaria violencia y rechazo hacia las personas homosexuales. Es una tarea necesaria para construir en el futuro vínculos saludables y humanos. Sin embargo, es también importante reconocer las trabas que el cine puede tener al comunicar ideas.

PD: Hay quienes piensan que es problemático mostrar un mundo andino donde se rechace la homosexualidad, porque se crea una idea “negativa” o “tóxica” sobre los andes. Esta preocupación me parece infundada. La violencia homofóbica es un tema que se cosecha en todas partes y cualquier imaginario, sea urbano o rural, puede albergar una historia que trate el tema. El mundo andino no es homofóbico en su totalidad evidentemente, pero hay homofobia en todas partes, incluyendo los andes.

Comentarios